Some exercise for health | Derek Saxe

Ya había asistido a dos clases durante la mañana y el resto del día lo tenía libre lo que me parecía perfecto. Tome mis cosas y salí de la sala esperando que mis compañeros mas salvajes salieran, y no estaba exagerando, parecían verdaderos animales corriendo fuera del salón, como si hubieran estado encerrados por meses ahí dentro, solo habían sido dos horas y listo. Me encamine en el poblado pasillo donde podía oír el murmullo de las demás personas ahí, salude con un gesto a los pocos compañeros que habían coincido conmigo en una que otra asignatura. Intente moverme rápidamente entre las demás personas, quería llegar pronto a mi habitación. Era un gran cambio llegar a la zona de las habitaciones de las chicas, el aroma cambiaba completamente; flores, campo, cerezas, limón. Incluso a ojos cerrados podía adivinar en donde me encontraba, la decoración de los pasillos era diferente, cada puerta tenía algún toque de la chica que habitaba tras de ella. Llegue a la mia, creo que no había agregado ningún distintivo a mi puerta, estaba tal y como me la entregaron, sin nada que me identificara. Me encogí de hombros mientras la observaba, creo que debería planear que pequeña cosa agregarle, algo que me representará. Entre en mi cuarto, perfectamente ordenado. Deje mi bolso sobre mi escritorio mientras iba hasta el armario en busca de ropa deportiva, sabía perfectamente que haría con mi tiempo libre. Me quite fugazmente el uniforme como si se tratará de ropa sucia tirandolo sobre la cama como si tuviera infección, no me agradaba para nada, pero debía acostumbrarme. Con pantalones era como me sentía yo misma, justamente como estaba. Pantalones deportivos ajustados de un color gris oscuros, tenis de color blanco, y un poleron algo holgado de color negro y bajo este una remera del mismo color negro.

Volví a salir de mi habitación para dirigirme fuera de la edificación. En el camino me hice una coleta rápidamente. El viento pareció azotar mi rostro en el momento en que salí al aire libre, el ambiente estaba frío y las nubes adornaban todo el cielo impidiendo adivinar donde se encontraba el sol, quizás estaba directamente sobre mi cabeza, a juzgar por la hora del día; mediodía. Respire profundamente mientras me dispuse a correr por el jardín. Podía ver en algunas bancas podía ver a los grupos de chica con café en sus manos, en otro lado los chicos jugando algún deporte y también estaban los grupos mixtos y alguna que otra pareja de chicos besandose como si el mundo fuera acabar.

Cerca de una hora después del trote y algo apartada del resto me dispuse a descansar, una banca algo solitaria era mi lugar elegido. Podía sentir la respiración agitada, llenando rápidamente mis pulmones y vaciandolos a la misma velocidad.

No me encontraba necesariamente cansada después de una hora de trote, aquel no era el caso del porque me detuviera a descansar en aquella banca. Me había acostumbrado al entrenamiento diario, sobre todo en las mañanas, era parte de mi vida diaria dedicarle tiempo al deporte, a prepararme, así éramos criados los cazadores desde pequeño, sin otra opción, pero lo que el destino me había tenido preparado era algo que me agradaba. Jamás hubiera deseado ser otra cosa, pero podía admitir que era por la crianza que me habían dado, aquel orgullo que habían implantado en mi por pertenecer a la raza que me tocaba, proteger a las personas con tus propias manos, me gustaba aquello. Pero no todo era bueno, sabía las consecuencias, conocía los relatos cercanos a mis padres, como perdían amigos por el camino, por suerte los tenía aun conmigo, pero aquello era de lo que nunca estarías seguro, cuando duraría tu vida. Criados para una vida difícil, luchas y muerte, algo que se nos enseñaba desde pequeños.

No se cuanto tiempo estuve sumergida en aquellas absurdos pensamientos que nada servían aquí cuando volví a poner los pies sobre la tierra, no literalmente. Fue aquel sonido armonioso que me devolvió al mundo del instituto alejando a mi mundo dentro de la cabeza. Busque con la mirada rápidamente hacía mi alrededor, a mi derecha a unos metros mas alejados se encontraba una pareja, quizás novios, y no parecían tener ningún instrumento. Incline mi cabeza a la izquierda agudizando mi oído, aquel era el lugar. Me levante de la banca caminando lentamente hacía donde provenía la música, sabía que no eran simples murmullos, sonaba demasiado bien para ser simples melodías. Sin duda a casa paso que daba el sonido melodioso aumentaba y el bullicio de los parloteos de los demás estudiantes se alejaba, algo placentero.

Unos pasos mas y me encontré una figura de espalda a donde me encontraba, un hombre a juzgar por su apariencia. Al parecer no noto mi presencia, pero me despertaba curiosidad saber de quien trataba, quien podría dedicarse a la música en este lugar, las personas cada vez mas se alejan de aquellos gustos. Dos pasos mas y me encontré con el chico, mas bien hombre, el profesor de matemáticas, Derek si no me equivocaba. Sonreí por reflejo, no parecía ser un hombre de aquellos gustos, no me imaginaba que un hombre estricto le interesaba aquellos gustos. Mantenía los ojos cerrados disfrutando de lo que estaban haciendo sus manos. No quería esperar a que él abriera los ojos y notará mi presencia de forma sorpresiva, no quería que reaccionara mal o pensara que lo había seguido, he sabido de las chicas que se obsesionan con los profesores cuando son atractivos.

Respire profundamente antes de hacer el siguiente movimiento. Comencé a aplaudir lentamente antes de aumentar el golpeteo entre ambas palmas, nada muy fuerte, pero lo suficiente para que él lo oyera, quería que notara que su alumna estaba frente a él presenciado aquel acto, y que me agradaba escuchar lo que salía de su violonchelo. – ¿Músico? No hubiera adivinado nunca cuales eran sus gustos.—No sabía como elogiar a una persona con la cual debes ser respetosa, era difícil tratar con un profesor que te había impuesto duras reglas el primer día de clases, no quería que sintiera que me estaba pasando de la raya. – Me ha gustado lo que he oído. —Agregue un poco mas tímida mientras me abrazaba a mi propio cuerpo esperando alguna reacción suya.

Estaba yo hecho totalmente uno con mi música, las notas corrían por mis venas y se metían en cada pequeño filamento de mí ser que florecía en forma de canción e inundaban en el ambiente de eso, de eso que era en realidad lo que podía disfrutar. En realidad mi vida si era agradable, nunca me queje por nada y siempre agradecí hasta el mayor de los daños que se me habían hecho pues eso me hizo el hombre frio, calculador e inteligente que soy. Pero la música me hacia ser…diferente, me hacia ser un hombre de carne y hueso, quizás hasta un poco sentimental y aunque no pareciera. En algunos casos me gustaba sentirme así. De carne y hueso. Normal.

De pronto la magia cayó abruptamente por el sonido de unos aplausos ¿Quién osaba interrumpir mi arte? Fue como si las flores que estaban brotando del suelo a mis pies se hubieran quedado sin vida en un segundo. Marchitas y quemadas por la mísera obra de un ser que aun no tenía ganas de ver.

Abrí mis ojos cuando escuche halagos hacia mí. En realidad el mejor alago hubiera sido que me dejara tocar. Las palabras sin duda el viento se las lleva y deja desilusión e inmoralidad en su lugar. Me encontré con la chica Alemana —Un punto a su favor, al menos no iba a matarla — Abrielle, lindo nombre, en realidad ella había sido una de las pocas estudiantes que me habían sorprendido ese día. Estaba ansioso de revisar su trabajo —Con Di Giovanni, que fue otro estudiante que capto mi atención— y su examen.

—Joven Offenbach — Exclame recordando su apellido. Ella estaba vestida con ropa de deporte ¿estaría huyendo de la clase de Ast? —Gracias, pues sí. Amo la música ¿no era obvio? — Reí ligeramente dejando el instrumento recostado del banco —¿Qué la trae por aquí? —

Me gustaba lo que estaba oyendo y por eso había decidido ver de donde provenía, quizás felicitar a la persona que estaba dando con los acordes perfectamente, no era una música sacaba de radio, estaban tocando en los jardines, mis oidos no me podía mentir. Me sorprendió un poco ver al profesor tocando aquella música, no creía que alguien tan relacionado a las matemáticas podría gustar de aquellos gustos, y mas tocarlos por sus propias manos. Me quede en silencio unos momentos disfrutando de la música y observando al hombre que se encontraba con los ojos cerrados disfrutando de lo que sus manos lograban crear.

No estaba segura si hacía lo correcto, quizás la mejor opción hubiese salir corriendo por donde había venido y dejar al hombre en su descanso, dejarlo con lo que se le daba bien hacer, no estábamos en clases y quizás que una alumna lo viniese a ver lo molestaría. Pero no razone mucho y mis manos comenzaron a aplaudir al principio delicadamente formando unos pequeños aplausos para después tomar algo mas de fuerza para que él pudiera escucharme.

Asentí educadamente cuando pronuncio mi apellido. – No lo pondría en duda, la manera en que se adueño de la música me ha gustado.– Salieron mis palabras expulsadas de mis labios como si se trataran de un vomito verbal. Y así sumaba un segundo halago. Observe como dejaba al lado el instrumento, ya no tocaría mas, una decepción. Era obvio que iba a preguntar aquello, aun habían otros chicos en clases y yo me mantenía corriendo libremente por los jardines. – Se me han acabo las clases por el día, así que he decidido correr un poco.– Las chicas de mi edad preferían ocupar el tiempo viendo alguna revista de moda o alistandose el pelo o uñas, pero yo prefería dedicarle tiempo a mi cuerpo, a mejorar en rapidez, algo que me gustaba. – Lo siento si lo moleste.– Le sonreí tímidamente mientras ofrecía una disculpa.

Obviamente yo quería seguir tocando con mi instrumento pero no iba simplemente para echar a la joven de mi presencia, un caballero como lo soy no haría algo así ni en un millón de años. Era mejor soportar la estupidez femenina a quedar en el ridículo y no ser un caballero.

Negué con la cabeza amablemente cuando me dijo que molestaba. Ella y yo sabíamos que si estaba molestando, pero ya estaba hecho. En realidad algunas cosas son como son y los adolecentes son molestos en todas sus expresiones, quizás esta por hablar mi preciado alemán era un poco diferente ante mis ojos, pero seguía siendo una adolecente mujer hormonal.

—¿Ejercicios? Son buenos para el cuerpo y la mente — Expresé ofreciéndole espacio para que se sentara — ¿Cómo están los ejercicios de matemáticas? ¿Se ha reunido con su compañero para su elaboración? — Cambié el tema abruptamente, en realidad me daba curiosidad saber cómo les estaba yendo con los dichosos ejercicios de matemáticas. Yo mismo me había dado cuenta de que no estaban tan sencillos pero esta niña estaba haciendo grupo con Di Giovanni.

El ciego me había impresionado, y la chica con la que hablaba tenía un aire a ser inteligente. En realidad mi metodología de profesor se basaba en que los alumnos no eran pericos que repetían todo. Ellos tenían que esforzarse y no quedarse solo con lo que vieron en clase, la autogestión del aprendizaje era el camino para la supremacía.

Nuestro sistema educativo esta tan vacio y lleno de huecos no porque los estudiantes sean holgazanes — En parte es una razón — Pero la fundamental es que los profesores no quieren superarse y guiarlos. Solo se sientan a dictar y dictar por horas y luego ponen a los alumnos a vomitar todo en una hoja de examen que revisan sin siquiera leer.

Absurdo.

Por eso, este semestre estos estudiantes iban a aprender a estudiar si o si.

Él había estado tan sumergido en su música, lo había notado en la forma de su rostro al sentir como el sonido que reproducía su instrumento era perfectamente melodioso, sin imperfecciones y yo había llegado a opacar aquel momento intimo. Era una molestia y no había tomado la decisión correcta al quedarme a interrumpir su momento libre. Estaba siendo amable negando que no era inoportuna, le sonreí por la cortesía.

Asentí, me daba bastante tiempo que pensar además de tonificar mi cuerpo, era un bien para mi cerebro. Observe como el profesor me daba un espacio para sentarme, lo puse en duda un segundo, no sabía si aquella era correcto, pero que mas daba. Camine directamente a la banca sentandome donde había indicado dejando descansar mis piernas que en verdad lo agradecían.

– Van bien. Y si, si me he reunido con Cedric durante estos días. – Sinceramente él no se olvidaba un momento de las clases incluso en el tiempo libre. No podía objetar contra el compañero que se me había sido designado, siempre había congeniado mucho mejor con los chicos que con las chicas, incluso en mi viejo colegio y con los demás adolescentes cazadores también había sido de esa forma, mis amigos estaban compuestos la mayoría por varones, escaseaban las amistades femeninas. – Me ha elegido un buen compañero, el pelirrojo es agradable y listo.– Y no le estaba mintiendo.

Por la forma de interesarse en nuestro trabajo suponía que en vez de estar envuelta en ejercicios físicos debería haber dedicado el valioso tiempo para estudiar al examen que se aprontaba, el tiempo era escaso como siempre lo era y yo aun estaba apegada a mis viejas costumbres, incluso lejos de casa.

– ¿Desde cuando toca?.– Otra vez mi boca había actuado mucho mas veloz que mi cabeza, aquello era algo privado y así debería ser. Una vez mas actuaba antes que pensar, pero no quería encasillar la conversación respecto a las clases, ya mucho tiempo había dedicado los últimos días a materia, aburría estar todo el tiempo hablando de libros, controles o exámenes.

Quería poder decir “Lo siento por lo entrometida” pero realmente sentía aquellas palabras, y no quería calumniar así que aquella frase no iba a salir por mi boca. Deje ambas manos caer sobre la banca apoyándose en el borde de esta mientras mis dedos hacían presión esperando una respuesta por parte del hombre, ojalas alguna positiva. Él era una figura intimidante, no solo por el hecho de ser un profesor, y pese a aquello en ningún momento había descendido mi vista ocultando mi mirada, la había sostenido todo el tiempo.

Escuché lo que tenía que decir sobre Di Giovanni, en realidad sigo pensando en ese muchacho. Su cara y su forma de expresión se me hacen muy familiares, en realidad no logro captar de donde o de que tiempo pero de alguna parte le conozco. Visiblemente parecía un chico bastante inteligente sin mencionar a Abrielle que con solo escucharle hablar podía darme cuenta de que tenía un nivel intelectual bastante acomodado.

— Es satisfactorio para mí, como vuestro profesor saber que mis estudiantes están interesados por completar las asignaciones que se les han impuesto. La responsabilidad es la base fundamental del éxito joven Offenbach. No lo olvide nunca — Le recomendé.

El papel de profesor abnegado me quedaba bien, en realidad es magistral poder encaminar a los adolecentes con un aptitudes como la chica que tenía delante de mí por el camino del conocimiento, así su talento seria aprovechado y la sociedad se libraría de otro simio subnormal sin capacidades intelectuales u ideas que puedan ayudar a sustentarla.

Luego se hizo un pequeño silencio y la muchacha cambio abruptamente de tema. Saqué mis lentes con cuidado y con pedazo de tela finamente bordada con mis iníciales en dorado limpié los cristales con cuidado. Luego volví a ponérmelos calmadamente. La brisa sopló moviendo su cabello oscuro, miré sus ojos café. Aquella pregunta me sorprendió. No muchos se interesaban en algo así.
—Desde que tengo uso de memoria — Respondí sin mirarle demasiado.

Aaron me había iniciado en la música, específicamente en las cuerdas de mi cello. Mas que un tío para mi, el padre que nunca tuve, el padre quien la vida me había arrebatado como un rayo. Su rostro llego a mi mente y luego al mirar el Cello sonreí. Levante la vista a Abrielle.

—Mi padre me inició en la música cuando era muy niño— Aquello que dije yo mismo podía escucharlo con ese tono de ilusión, tal como un niño cuando dice una mentira piadosa.

Muy en el fondo, yo deseaba que esa mentira hubiera sido verdad. Muy en el fondo solo deseaba haber tenido la dicha de ser hijo de ese gran hombre, en el fondo quería que viviera aún.

Miré al cielo, en ese momento ya no tenía pensamientos de maldad en mi cabeza. En ese momento ya no era el Derek de 24 años sino el niño de 7 años tocando con mi cello en el jardín siguiendo los compases del magnifico violín del tío que hubiera deseado haber llamado padre y que ahora no estaba.